
Por mucho que tratara ocultarse de mí, usando los coloridos cojines del sofá a modo de camuflaje, sabía que si me encontraba con su mirada vería en ella ese antiguo dolor sordo, ese que mi madre llamaba tristeza de amor y, yo osaba a definirlo como metanoia. Sí, tal vez, consideres que soy rocambolesca, presuntuosa por el uso de la palabra, pero Mariela vivía un gran cambio interior, una transformación que no podía ser ocultada ni por el brillo del kilo de purpurina que la noche anterior llevaba en los ojos.
La contemplé naufraga en aquella isla de cojines que se había construido, perdida en sus propios pensamientos, quería prometerle que el dolor terminaría por desparecer, pero fui incapaz de interrumpir su silencio. Silencio que me pareció una eternidad. Abrumada por el doloroso silencio, por el no saber qué decir cuando te han roto el corazón por primera vez, mis ojos se posaron en el ramo de rojos tulipanes que adornaban un viejo bote de cristal, ¿de alubias, garbanzos?; solo entonces me metí en la piel de mi hermana pequeña.
Mariela no buscaba ser rescatada, como si de una arcaica princesa desvalida se tratara; no era una simple victima del desamor. Ella trataba de conseguir algo similar a una divinidad en su propio sufrimiento, tal vez, encontrar la fuerza que nace del vacío y, así resurgir cual ave fénix y, volver a disfrutar del cosquilleo de un nuevo amor.
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Comentarios
Mare de Deu!!! De verdad, te lo digo, me quito el sombrero. Siempre consigues sorprenderme.
¡Alucinada me tienes! Enhorabuena una vez más.
¿Cómo consigues combinarlas? ¡Dime tu truco!
Sin palabras me dejas siempre.
Pobrecita Mariela, necesita tiritas para el corazón partío. Me ha encantadooii.