El cambio de temperatura era abismal, nadie diría que fuera del supermercado la temperatura alcanzara los 40º, casi necesitaba ponerse la chaquetita que su abuela siempre le decía que cogiera para el frío de la noche. De mala gana, odiaba con todo su ser las visitas al supermercado, empujó el carrito por el pasillo de los congelados. La inmensa sensación de soledad del enorme pasillo la abrumó; a su mente acudió el recuerdo de la pandemia, pues, nunca había visto el supermercado tan vacío.
Y entonces, en el pasillo de las galletas, lo vio. La única persona en ese páramo de pasillos. Él le sonrió, y ella le devolvió la sonrisa; ambos recordaban los besos de la noche anterior. Un juego de miradas cómplices comenzó, un desafío silencioso entre ellos dos y el resto del mundo. Bajo el zumbido de los fluorescentes, sus carritos se cruzaron, y por un instante, su mano rozó la de él. Bastó ese roce para que el frío se disipara, y el solitario pasillo se llenara de un calor que solo ellos podían sentir.
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